sábado, 7 de agosto de 2010

¡Hasta siempre, Fratelo!

México, agosto 7.- Tenía una risa franca, sonora. Afinaba la voz y el comentario. Siempre crítico, agudo, claro. Fidel Samaniego saludaba a los amigos con un largo "Hermaaano, cómo estás".

Casi siempre vestido de traje, con sus espejuelos y un cigarrillo sin encender en la mano, caminaba por toda la Redacción. Apenas escuchaba un "¡Fratelo!", se detenía para conversar, detonar una discusión sobre políticos o escritores o músicos o actores de telenovelas. Abarcaba todo.

En la redacción ejerció a la par y sin distingos la talacha periodística. Era un soldado más de este diario. "Esta es mi casa", decía con un orgullo, que constataban sus interlocutores. Siempre orgulloso de la camiseta.

Presumía su afición al equipo Necaxa: "Estamos de vuelta", amenazaba Fidel, refiriéndose al equipo de sus amores. "¡Acabaremos con tus Pumas!", bromeaba al reportero Horacio Jiménez, a quien decía Horatius.

Hace unos días compartía con todo un grupo de periodistas de El Universal, en una comida en la que estuvo presente el Director General de esta casa editorial, Juan Francisco Ealy Jr. Hubo risas, saludos, la foto. Todos juntos como un equipo, y con Fidel Samaniego como factor de unidad entre directivos y reporteros. Tras ese convivio, narraba a unos colegas algunas escenas de la película Toy Story 3.

"La verdad me puse a llorar, ¡qué buena película!", platicaba. "Y es que eso de las partidas (de los hijos), la verdad me pone sentimental", decía emocionado.

Fidel Samaniego fue uno de los reporteros mexicanos que aportaron una perspectiva propia para la elaboración de la crónica. Periodista entusiasta, observador agudo, informador profundo de la política, en sus relatos podía reflejar la atmósfera y la trascendencia de un evento.

Habilidad y suerte
Para llegar al lugar de la noticia, era hábil como pocos. Así ocurrió a la muerte de Juan Pablo II: dio la nota desde la plaza de San Pedro y ayudó a reporteros mexicanos a trasponer las barreras de seguridad, con ingenio y audacia, un par de credenciales suyas. Otra, era la suerte y una más, la base de su éxito: se formó desde las tareas más modestas, en coberturas de espectáculos, policía, y pronto su pluma brilló en la crónica taurina.

Durante muchos años Fidel Samaniego no tocó el teclado de una máquina de escribir. Dictaba. En algún lugar –en Los Pinos, en ciudades de México o el extranjero-, lanzaba sus dictados vía telefónica. Del otro lado, en la Redacción, un compañero de la guardia tecleaba y sufría. Había que seguirle el paso al cronista, quien aunque flexible, era riguroso, exigente.

La voz de Fidel al otro lado del teléfono la escucharon decenas de reporteros, quienes iban plasmando en cuartillas, primero, en pantallas de computadora, después, la idea, la imagen, la escena, de lo que había ocurrido tras los Muros del Kremlin, en los salones de la Casa Blanca o en las calles de París, dentro de la Cámara de Diputados, en cualquier parte, desde donde preguntaba:

"¡Qué hay de nueeeevo!"

Fuente: www.eluniversal.com.mx