jueves, 9 de septiembre de 2010

Periodistas y embalsamadores

Por: Víctor M. de Santiago Fuentes
Hace 10 años ocurrió el suicidio del entonces subsecretario de Comercio, Raúl Ramos Tercero, a causa del escándalo provocado por la información de que el Registro Nacional de Vehículos (Renave), a punto de entrar en funciones, se hallaba en manos de un torturador que había estado al servicio de la dictadura argentina. El periódico Reforma fue criticado por haber difundido la noticia que ocasionó la muerte del funcionario y salió a relucir el papel de la prensa en la sociedad. Ernesto Villanueva, especialista en medios, publicó un artículo acerca del caso y sugirió asumir una postura reposada, "que lo mismo se encuentre alejada de las posiciones fundamentalistas que reclaman libertad absoluta, o de aquellas que proclaman el uso intensivo de medidas de censura. Ni lo uno ni lo otro."
Y planteó: "Partamos de un principio básico. Los medios representan un vehículo de intermediación entre fuentes públicas y privadas que contienen información y la sociedad entera. Es precisamente por eso que sin los medios el derecho a la información sería tan sólo una figura retórica, en perjuicio de todos. Más todavía: los medios de comunicación, mediante el ejercicio profesional de las libertades informativas, habilitan al individuo para ser ciudadano, para participar en la toma pública de decisiones, requisito sine qua non de la sociedad democrática."
La pregunta era: ¿deben o no los medios criticar la actuación del Estado y de los funcionarios públicos y, en su caso, deben siempre tener razón en sus informaciones?
Citó Villanueva un ejemplo: En Estados Unidos, desde 1964, la Suprema Corte, en el caso New York Times Co. vs Sullivan había sostenido: "El debate sobre temas públicos debe ser desinhibido, robusto y ampliamente abierto, y bien puede incluir ataques vehementes, cáusticos, y a veces desagradables y afilados, contra el gobierno o los servidores públicos. Una decisión que obligue al que critica la actuación oficial a garantizar la verdad de sus decisiones, y que tenga que hacerlo bajo la amenaza de juicio por libelo y que se puedan pedir indemnizaciones prácticamente ilimitadas, conduciría a algo comparable a la autocensura".
Y concluyó: "El lamentable deceso de Ramos Tercero no debe ser ocasión para satanizar la importante contribución que desempeñan los medios, precisamente aquellos que son críticos de la actividad pública, cuyas contribuciones son infinitamente superiores para la formación de masa crítica que los yerros que puedan cometer en el ejercicio de esa tarea."
La lectura del texto referido nos lleva a considerar el papel que desempeñan la prensa escrita y otros medios informativos en la guerra contra el crimen organizado. Es un hecho que el gremio periodístico ha sido duramente castigado por la delincuencia, porque la publicación de sus fechorías es como la luz solar para los vampiros. Son numerosos los reporteros que han muerto en el desempeño de su trabajo. También es larga la lista de medios informativos: estaciones de radio y televisión e instalaciones de periódicos, principalmente, que han sufrido atentados.
Sin embargo, su ardua labor no siempre es comprendida y en recientes diálogos por la seguridad se les conmina a no difundir los hechos violentos y excluir la nota roja de las primeras planas, a pesar de que el tema del crimen organizado, por su impacto social, ya no cabe en el ámbito estrecho de la tradicional nota roja, que suele referirse a delitos individuales (asesinatos pasionales, robos a casas, asaltos a transeúntes etc.).
Ahora se pide a los periodistas que hablen de hechos positivos, de las cosas buenas que hacen los gobiernos y los empresarios para sacar adelante al país. Eso está muy bien, pero no se puede ignorar lo que los acontecimientos imponen. Otra cosa muy distinta es aprovechar el viaje de los medios para perpetrar venganzas políticas y golpear al adversario lanzándole acusaciones, so pretexto de la denuncia anticrimen. Se trata de situarse en el justo medio de registrar lo que sucede, sin omitir lo bueno y lo malo. Es inaceptable fingir que no pasa nada; eso lleva a la impunidad, pero es peor faltar a la verdad: la mentira es inadmisible, y no se debe darla por buena, sobre todo si se complica con la calumnia, si atribuye injustamente a alguien delitos, complicidades o responsabilidad injustificados.
Por lo que hoy ocurre en torno al ejercicio periodístico, vale recordar algo escrito por Alfonso Reyes: "...reflexionemos un punto: no cabe duda que el destino de los periodistas se parece al de los embalsamadores de Egipto, cuyos servicios todos reclamaban y todos consideraban como preciosos, pero de cuyas personas se alejaban todos con cierto horror. Así, desde que aparece el periódico, se le busca como al pan cotidiano; pero al periodista, a poco que se descuide, se le enjaula."