miércoles, 27 de octubre de 2010

Wikileaks, la insurgencia

Lluís Bassets
MADRID, España, octubre 27.- Olvidémonos ahora de la personalidad de Assange. También de los efectos políticos del desvelamiento masivo de documentos militares sobre las guerras de Afganistán y de Irak. Olvidémonos también del periodismo convencional, tan denostado pero también tan útil para el adecuado efecto de la filtración. Centrémonos en la esencia de la acción emprendida por Wikileaks: aprovechar los huecos legales de las legislaciones nacionales y de las normas internacionales en el funcionamiento de las comunicaciones digitales para dar publicidad a documentos secretos o reservados; utilizar luego la publicidad proporcionada por el escándalo para atraer a todos quienes tengan documentos del mismo tipo, de imposible difusión por los canales habituales; convertirse finalmente en un órgano informal y global de control y vigilancia sobre las actividades de los poderosos del signo que sea, Estados, empresas o particulares.

¿Es esto periodismo? Es evidente que no. Para su buena difusión necesita del periodismo, de un periodismo además atento y de calidad, capaz de ordenar los contenidos de los documentos y de dar forma comprensible a la denuncia. Pero sin ser periodismo, está bien claro que absorbe una parte del papel jugado por el periodismo en su reciente historia como contrapoder y que lo hace porque se han creado márgenes nuevos en los que el periodismo no ha sabido o no ha podido actuar. Wikileaks es una forma de insurgencia informativa, que sólo puede funcionar en la época de la difusión vírica de las comunicaciones y de la desaparición de las fronteras entre comunicaciones públicas y privadas. Pocos fenómenos vinculados a la globalización tecnológica tienen un potencial trasgresor tan grande. Hasta el punto de que ni siquiera importa la trayectoria pasada o futura de Assange y de su Wikileaks, porque el futuro, nos guste o no nos guste, estará lleno de iniciativas de este tipo.

El ejército norteamericano, de entrada, deberá cambiar sus sistemas de comunicación. No para evitar que se filtren documentos como los 90,000 del anterior golpe o los casi 400,000 del segundo, si no para evitar que las acciones militares dejen rastros audiovisuales o escritos como sucede ahora. La publicación de estos documentos, probatorios de una amplia gama de delitos cometidos por soldados y civiles de distintas nacionalidades (norteamericanos, británicos e iraquíes principalmente), deberá tener consecuencias de orden judicial y probablemente penal. Pero tiene consecuencias también respecto a nuestro conocimiento de las guerras de Irak y de Afganistán, que son ya a estas alturas las contiendas mejor documentadas de la historia, sobre las que los historiadores podrán alcanzar casi la perfección en la reconstrucción de las secuencias detalladas de acontecimientos. También hay que empezar a pensar, ante la reacción preventiva que es de esperar, que probablemente serán las últimas guerras que puedan ser objeto de tal escrutinio.

Las filtraciones de Wikileaks, así entendidas, son la última y más catastrófica manifestación de la estrategia bélica emprendida por Bush y sus neocons en Afganistán y en Irak, basada en un análisis erróneo de la realidad geopolítica de estos países y en una comprensión todavía más equivocada del mundo en el que vivimos y de su evolución tecnológica. Rumsfeld quería un ejército muy pequeño, altamente tecnificado y automatizado al máximo, acompañado de ejércitos privados contratados para las tareas más sucias, y creía que con estos nuevos conceptos haría una exhibición de poderío militar y económico que se traduciría muy rápidamente en la hegemonía norteamericana y produciría unos efectos pacificadores en pocos años en todo el Gran oriente Medio. Lo contrario es lo que ha sucedido: la tecnología todopoderosa se ha rebotado contra el Pentágono, un Irán reforzado por la caída de la dictadura sunita de Sadam ha extendido sus tentáculos desde Afganistán hasta Líbano, y la insurgencia informativa global ha humillado a la superpotencia subrayando e incluso probando sus errores de fondo y sus crímenes de guerra, y lo ha hecho de forma tan devastadora que sus efectos alcanzan de pleno al actual presidente demócrata que dijo oponerse a la guerra de Irak y que quiere terminar de una vez con la de Afganistán.

No es extraño que Wikileaks haya recibido el apoyo y la solidaridad de Daniel Elsberg, el funcionario que filtró los Papeles del Pentágono sobre la guerra del Vietnam, en su caso utilizando una fotocopiadora y entregándolos a un periódico como el New York Times. Después de la filtración de Wikileaks, es posible que se produzca el auténtico final de las guerras de Irak y Afganistán, al igual que sucedió en Vietnam después de la publicación de los Papeles del Pentágono. Pero también es muy probable que se entable una nueva batalla legal sobre el derecho a difundir dichos documentos. En julio de 1971, el Tribunal Supremo norteamericano falló a favor del New York Times en una sentencia que fue acogida con enorme alivio por los periodistas y la opinión pública liberal, después de quince días en que una orden judicial hubiera paralizado la publicación de nuevas entregas de los documentos.

Saber si Wikileaks hace o no periodismo, por tanto, pertenece a un cierto tipo de ejercicio académico. Lo que es seguro es que estamos hablando de la revelación de secretos y de la libertad de expresión. Que cada uno escoja de qué lado quiere estar en un combate de este tipo.
Fuente:
www.elpais.com