viernes, 24 de septiembre de 2010

Efímero pájaro de papel

Camacho, "un jornalero del idioma".
Discurso de Ignacio Camacho al recibir el Premio Mariano de Cavia
SEVILLA, España, septiembre 24.- Majestades, ministros, autoridades, querida Catalina, compañeros de ABC y de Vocento, amigos todos:

Un periódico es un pájaro de papel que aletea en la ventana de la Historia. Ligero, volátil, fugaz, pero puntual como una costumbre, leal como un amigo, persistente como una esperanza. Su canto es la voz de una sociedad libre, la voz de una nación, como escribió Arthur Miller, en diálogo consigo misma. Acaso algún día sus alas dejen de ser de papel pero su trino seguirá siendo la música de la democracia; un diario es un cuco cantando en cada amanecer de la libertad.

Cuando era un niño que aún habitaba en la frontera borrosa de los sueños, el periódico llegaba hasta la casa de mi pueblo andaluz como un gorrión de los vecinos olivares, como un vencejo de las torres, y me enseñaba a solas a descubrir el mundo con un anhelo de verdades nuevas. Aquel periódico era el ABC y a través de sus páginas se forjó no sólo mi vocación profesional sino una parte de mi conciencia de hombre y de ciudadano. Mi deuda de gratitud con él es inmensa y esta noche quiero testificarla en la memoria imborrable de Guillermo Luca de Tena, el generoso editor que me abrió las puertas de esta su casa, y en la presencia de sus hijas Catalina y Soledad, legatarias del prestigio de una estirpe que ennoblece con su nombre al periodismo español.

Porque ABC no es sólo un diario, ni siquiera sólo un gran diario. ABC es una leyenda de la prensa, un río de tinta a cuyas orillas se asoma un siglo de la historia moderna de España con todo su turbión de sangre y de gloria, de fracaso y de luz, de amargura y de progreso, de heroísmo y de tragedia. ABC es una escuela de excelencia en la que ha brillado el mejor magisterio de nuestro periodismo y de nuestra literatura, de Azorín a Delibes, de Madariaga a D'Ors, de Pemán a Campmany, de Ruano a Cela. Príncipes de la metáfora, aristócratas del lenguaje, maestros del pensamiento urgente cuya impronta ha creado una tradición de independencia crítica y un hábito de compromiso ético e intelectual que nos referencia, nos interpela y nos obliga a todos los que tratamos de seguir, siquiera de lejos, el rastro de sus estelas iluminadas por los relámpagos de la genialidad y del talento.

Quien os habla no es un escritor ni un literato ni un académico, sino un periodista, un jornalero del idioma que transita por los surcos labrados por esas generaciones de sembradores de ideas y que no reclama otro mérito que el de la voluntad de estilo, el de pelear a trompazos con las palabras para tratar de arrancarles un orden y un sentido. Los periodistas no somos demiurgos ni héroes ni creadores ni artistas, ni estamos hechos para recibir medallas de honor en los salones sino para cavar trincheras en el barro de una sociedad en conflicto; no somos los titulares del derecho a la información sino sus simples administradores delegados y no poseemos otra verdad que la que buscamos a tientas entre retazos de certidumbre y jirones de tinieblas. A menudo no llegamos a ser otra cosa que deshollinadores de la libertad, con la cara y las manos sucias del humo que vela los secretos de la política y del poder, pero nos involucra en ese empeño la cohesión moral y el ímpetu arrebatado de lo que García Márquez llamó una pasión insaciable. El periodismo no trata de cambiar la Historia sino de ayudar a entenderla; es el nuevo espejo stendhaliano en cuyo azogue de palabras se refleja el latido de la vida y del tiempo, y os aseguro que no hay en nuestros días relato más emocionante, más conmovedor ni más ameno que el de la propia realidad de esta época convulsa, contingente e incierta. Nuestra misión no es la de alterar su curso sino la de explicarlo; por eso Scalfari definió a los periodistas como gente que le cuenta a la gente lo que pasa a la gente. Pero no se trata de un cotilleo banal, ni de un libelismo canalla ni de una pasión inútil: es el delicado contrapeso del eje que hace girar el mecanismo del sistema de opinión pública y sirve, como decía Umbral, para mantener a los ciudadanos avisados, a las putas despiertas y al Gobierno inquieto.

Este periodista se siente hoy honrado, agradecido y emocionado como un chiquillo en la noche de Reyes porque unos Reyes de verdad, los Reyes de la España constitucional del siglo XXI, han venido a distinguir con su presencia la entrega del más hermoso de los regalos. Cuando era un joven abducido por el vértigo envenenado del periodismo soñaba con ser un día director de ABC y ganar el premio Mariano de Cavia. Esta noche, después de haber alcanzado las dos cosas, sólo puedo deciros que la auténtica gloria y el verdadero éxito de este oficio incomparable consiste en el privilegio de volver a empezar de nuevo cada mañana, escribir cada artículo con la energía del primero y subirse, con la ilusión intacta de un día de estreno, en el lomo de ese efímero pájaro de papel cuyas alas baten el viento de la libertad.

Fuente: www.abc.es
Foto: El Rey Juan Carlos felicita a Ignacio Camacho durante la entregarle del Premio Mariano de Cavia; tomada de www.abc.es