viernes, 5 de noviembre de 2010

La vida secreta de Kapuscinski

El escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski.


MADRID, España, noviembre 05.- Por fin, la traducción al castellano de la biografía escrita por Artur Domoslawski, Kapuscinski non-fiction, que tanto revuelo causó en Polonia, permitirá al lector hispánico formarse su propia opinión acerca de los mimbres con que fue tejiendo su obra el gran periodista polaco, creador de un nuevo género literario inclasificable. El libro viene precedido de polémica y de los intentos, rechazados por la corte polaca, de paralizar la edición por parte de la viuda del escritor.
¿Qué ocurre con este libro? ¿Hay motivos para el escándalo? Su autor, discípulo y amigo de Kapuscinski (1932-2007), colega suyo en el periódico Gazeta Wyborzca, lo abre con un comentario de García Márquez a su biógrafo Gerald Martin: "Todas las personas tienen una vida pública, una privada y una secreta". La cita sugiere que su autor va a abrirse paso en esta última dimensión, distanciándose, y no sin motivos, de la mojigata biografía de Martin. En todo caso, no es fácil hacer una lectura crítica de una figura, de una trayectoria, cuando en torno a ellas se ha gestado un culto tal vez irreflexivo pero unánime.

Pocos mitos superan la terrible prueba del revisionismo. Cuanto más ha contribuido el personaje a la gestación de su propia leyenda, más posibilidades tiene de que, un día u otro, se contraste con datos verificables y se venga abajo. Por lo visto, Kapuscinski no era ajeno al riesgo contraído y eso le hacía vulnerable a cualquier crítica. Según Domoslawski, la conciencia de sus puntos débiles enturbió el éxito internacional cosechado en los últimos años de su vida.

Su deontología periodística era discutible, sostiene el biógrafo, supuestamente escindido entre el respeto intelectual y moral que merece el biografiado y los puntos oscuros observados que pueden agruparse en tres categorías. Sus libros no son del todo veraces: están hinchados en cuanto a las situaciones de peligro vividas realmente por Kapuscinski (sobre todo en África), favoreciendo una imagen de reportero intrépido y temerario que no coincide con las fuentes orales recogidas; sugieren familiaridades (con el Che, con el líder africano Lumumba) que no llegaron a producirse y hay confusiones que sorprenden, dada la seguridad que desprende la escritura de Kapuscinski. Nada, sin embargo, que no pudiéramos deducir por nosotros mismos, conociendo su pasión por la creación literaria. Pero la cuestión plantea un conflicto muy serio en cuanto a los límites del periodismo. ¿Dónde están esos límites? Kapuscinski afianzó la alianza, cada vez más estrecha, entre periodismo y literatura (hay quien los confunde), deteriorando la condición de testigo que se otorga al periodista y que es el fundamento de su credibilidad, para potenciar la del creador que aspira a la trascendencia.

Servicios de espionaje
El segundo grupo de reproches tiene que ver con su relación con el Partido Comunista Polaco (POUP): ingresó en abril de 1953, cuando Polonia atravesaba su trienio más negro, coincidiendo con el final de Stalin. Tenía 21 años. Domoslawski se pregunta por qué se hizo comunista Kapuscinski, cuando ya se sabía que era un sistema tiránico. Algunos no se afiliaron, renunciando con ello a las prebendas que suponía ser miembro del partido. ¿Hubiera podido cumplir su sueño de cruzar la frontera y conocer otros lugares, de no contar con su apoyo? El tema de su activismo político explota en el capítulo titulado "La carpeta" cuando se descubre su colaboración con el servicio de inteligencia polaco.

Los datos son innegables, Kapuscinski prestó servicios de espionaje durante sus viajes al extranjero. La pregunta es: ¿en qué consistieron esos servicios? Porque una vez repuesto el lector del susto, se da cuenta de que a nadie perjudicó: sus informes eran insustanciales, el peaje que tuvo que pagar en los años 60 para viajar como corresponsal de la agencia PAP. El reproche que puede hacérsele a Kapuscinski (como antes a Günter Grass, por lo mismo) es que no afrontara después los errores cometidos en el pasado, porque tuvo la oportunidad de hacerlo. Comprendemos su silencio: en 1989 el ambiente no era propicio en Polonia para reconocer la colaboración con el régimen comunista. Su imagen hubiera resultado muy dañada, ¿no fue humano confiar en que con un poco de suerte nunca se sabría?

Pero el reproche más serio debe hacerse a Domoslawski por el tono de permanente acusación utilizado en el libro, sea pertinente o no. Porque a nadie se puede acusar de tener buen olfato para las amistades, ser un hábil negociador cuando uno se juega la vida, mantener relaciones extraconyugales o haber descuidado la educación de su única hija. El biógrafo hace bien preguntándose cómo fue la vida privada de un periodista que siempre estuvo de viaje, pero se equivoca en el modo de expresar lo que ha sabido de ella, manteniéndola permanentemente bajo una luz inquisidora. Porque no estamos ante un cínico oportunista que merece ese tratamiento, sino ante un gran hombre, un solitario que vivió absorto en su personal juego con el mundo y la necesidad que sintió de describirlo.
Fuente:
www.abc.es
Imagen tomada de www.abc.es