lunes, 15 de noviembre de 2010

Medios, guerra y terror

Gabriel Guerra Castellanos
CIUDAD DE MÉXICO, México, noviembre 15.- Es harto difícil, de por sí, mantener la objetividad cuando uno, o el país de uno, se encuentra en guerra. Lo es particularmente para los medios de comunicación, que tienen el reto y la responsabilidad simultáneos de informar objetivamente a la vez de no incitar al derrotismo ni tampoco cerrar los ojos ante los eventuales excesos o abusos del Ejército propio.

Por lo general, en esas circunstancias los medios tienden a tomar partido y a alentar a los suyos, en grados mayores o menores de fervor y fanatismo patrio que contagia y se contagia. A fin de cuentas, muchos medios no hacen más que replicar, repetir y promover la visión oficial de la historia o de la coyuntura, inflamando los ánimos y convirtiéndose de alguna manera en portavoces de una postura agresiva o expansionista. Los ingleses lo hacían a tal grado que hasta una palabra le dieron para definirlo: el "jingoísmo", que incitaba a la guerra contra los rusos en la segunda mitad del siglo XIX, término y conducta que después cruzó el Atlántico para definir la actitud de muchos en EU ya en la siguiente centuria.

Eso cambió radicalmente en la Guerra de Vietnam, cuando por primera vez el periodismo de una gran potencia cuestionó seria y abiertamente los motivos y la justicia o no de la causa que ya no era para ellos de su país, sino de su gobierno, y que por lo tanto podía y debía ser analizada y diseccionada, exhibiendo no sólo la irracionalidad e inviabilidad del proyecto militar, sino también la manera engañosa y poco transparente en que se conducía.

Parecía que los tiempos patrioteros habían terminado en EU, pero en septiembre del 2001 junto con las torres gemelas se derrumbó la objetividad periodística. De manera comprensible, mas no por ello correcta, muchos decidieron que la mejor manera de contrarrestar la ofensiva de violencia y propaganda de los terroristas islámicos era con una buena dosis de contrapropaganda, autocensura y apoyo ciego e irrestricto a las decisiones y medidas del gobierno estadounidense en su "guerra contra el terrorismo".

Ya hace una semana en estas páginas hablamos de cómo es difícil la cobertura noticiosa de una guerra para los periodistas de las naciones involucradas directamente, pero lo es mucho más cuando se trata de una amenaza terrorista interna o externa, y si a eso le añadimos el componente religioso-cultural que implicaban Osama bin Laden y Al-Qaeda tenemos todos los elementos necesarios para configurar a un nuevo integrante de las fuerzas armadas de las naciones atacadas: los medios de comunicación.

La cobertura de las invasiones a Afganistán primero e Irak después es claro ejemplo de cómo el así llamado "cuarto poder" se convirtió en un elemento más de la guerra de Bush y sus aliados contra la que indudablemente ha sido la mayor y más duradera amenaza al mundo occidental desde la caída de la Cortina de Hierro y el fin del comunismo. Tal vez porque los mismos dueños de los medios de comunicación —empresarios al fin— se dieron cuenta de la magnitud, el alcance y penetración del enemigo, fue que tan fácilmente se plegaron a la "línea editorial" de la guerra, al jingoísmo moderno y a la subjetividad y la parcialidad como manera de hacer periodismo en tiempos de conflicto.

La libertad de expresión es uno de los valores más preciados de las sociedades modernas, y podríamos decir que sin ella no puede haber democracia efectiva ni control y contrapeso a los gobiernos, por más que hayan sido elegidos por el pueblo. Son los medios de comunicación libres los que dan voz y foro a los ciudadanos para expresar sus inconformidades; los que permiten que las minorías puedan expresarse y defenderse de los abusos de la mayoría o de tentaciones autoritarias; los que denuncian excesos, actos de corrupción o incongruencias que de otra manera los ciudadanos no conoceríamos.

Probablemente, las primeras víctimas del terrorismo son precisamente la libertad de palabra, el periodismo serio y responsable, y la capacidad de los ciudadanos para poder expresar lo que piensan. Paradójicamente, el combate al terrorismo hace muchas veces que la objetividad y la veracidad, aliadas y acompañantes indispensables del periodismo libre y serio, se vean afectadas.

Imposible pensar que la censura o la parcialidad sean la vía para combatir al terrorismo, pero ay de aquellos medios o ciudadanos que olviden cuál es el verdadero enemigo de la libertad.
Fuente:
www.eluniversal.com.mx