martes, 9 de noviembre de 2010

Periodismo de guerra

Gabriel Guerra Castellanos
CIUDAD DE MÉXICO, México, noviembre 08 .- No es asunto fácil el tratar de definir el papel que le toca desempeñar a los medios de comunicación en tiempos de conflicto armado, menos aun el que le corresponde a los periodistas en lo individual, cuando unos y otros se adentran, voluntariamente o no, en los pantanos de las guerras.

Hay, por supuesto, de guerras a guerras. No es lo mismo lo que hicieron y dejaron de hacer muchos medios estadounidenses o algunos que se llaman internacionales durante la invasión y ocupación de Irak, cuando acompañaban literalmente a las tropas de su país, "empotrados" (embedded, es el eufemismo traducido al inglés) con los batallones de sus compatriotas, reportando un sólo lado de lo que acontecía, a lo que hacían otros periodistas con mayor libertad e independencia, obligados o deseosos de dar una perspectiva un tanto más amplia de la compleja e incómoda realidad.

Nada que ver tampoco con los peligros que enfrentan diariamente numerosos periodistas independientes, muchos de ellos iraquíes, tratando de investigar y divulgar lo que cotidianamente sucede en ese conflicto que tantos han querido declarar concluido y que se resiste a terminar, comparados con la ciertamente frustrante, pero mucho más confortable y segura vida profesional de los "corresponsales de guerra" que literalmente no salen de las zonas de seguridad en Bagdad.

Hay diferencias —clases sociales, dirían algunos— que separan y dividen el trabajo informativo en situaciones de guerra, no sólo en lo que sus medios les permiten o no hacer, sino también en el grado de involucramiento personal de los periodistas, trátese de Irak o Afganistán o de las luchas que se libran diariamente en África, o de tragedias humanitarias que van de la mano con algún conflicto armado, a veces acrecentadas por él, otras más, parte de la macabra estrategia de uno o más de los participantes, que han aprendido —por primitivos o bárbaros que sean— a utilizar a su favor a los medios de comunicación formales e informales.

Asistí a un debate acerca de la libertad de prensa la semana pasada en el Foro de Biarritz, en que europeos y latinoamericanos (y muchos mexicanos) discutieron acerca de ese y otros temas. Lo primero que me llamó la atención es la manera tan distinta en que cada quien encara el problema, y cómo mientras más lejos los balazos y las amenazas directas, mayor la hipérbole. Escuché un relato estrujante pero sobrio de alguien que está literalmente en las trincheras, mientras que alguien más nos platicaba de "un país que vive la peor violencia de su historia", en el que ostensiblemente nadie se encuentra seguro y que debe todos sus pesares a la "guerra del gobierno" contra el crimen organizado. ¿Visiones válidas las dos? Válidas sin duda, pero no por ello igualmente centradas u objetivas.

Otras voces nos recuerdan cómo fue la situación de los medios en Colombia, donde literalmente ninguna casa editorial estaba a salvo en los peores tiempos de su guerra intestina; otros, desde la perspectiva europea, se preocupan más por el futuro de los medios en un entorno en el que la letra impresa está amenazada, no por las balas de los criminales ni por el Estado, sino por los nuevos medios de comunicación, los electrónicos, los digitales, los gratuitos. Y de repente alguna voz centroamericana o del Caribe reseña lo que son las represiones y las limitantes que los gobiernos pueden imponer al periodismo libre.

Yo me quedo con deseos de escuchar algo que está en la mente de muchos de nosotros, pero que no encuentra aún el eco necesario, a pesar del llamado que a ello hizo algunos meses atrás Federico Reyes Heroles y que es una sacudida a nuestras conciencias: cuáles son las obligaciones de los medios mexicanos, no ante una guerra ni mucho menos una guerra civil (que esto que vivimos no lo es), sino enfrentados como estamos al terrorismo en su más pura, simple y brutal expresión.

Los medios, la sociedad, los partidos, los así llamados líderes de opinión y todos los ciudadanos que queremos vivir, no sólo en paz, sino en un país de leyes en que pueda más el derecho que la violencia, estamos obligados a reflexionar acerca de cuál es el enemigo común, quiénes los malos en esta película de horror en que parece que estamos viviendo, y cómo evitar, todos, que los verdaderos enemigos de la sociedad y del Estado ganen, no sólo las calles y las plazas, sino la guerra por las conciencias y las ideas de los mexicanos.
Fuente:
www.eluniversal.com.mx