miércoles, 22 de septiembre de 2010

¿Claudican los periodistas o claudica el Estado?

Interludio
Román Revueltas Retes
MÉXICO, septiembre 22.- Nuestros colegas de El Diario de Juárez lanzaron una pregunta a un interlocutor que se desentiende de protocolos, convenciones y procedimientos. Con un enemigo declarado puedes hablar o, por lo menos, establecer las reglas del juego. Pero con un adversario invisible y naturalmente elusivo es imposible entablar un diálogo mínimamente provechoso o, por lo menos, recibir un catálogo de advertencias precisas "para saber a qué atenernos".
Los atentados que perpetran las organizaciones criminales ¿tienen una explicación que pueda mitigar, en alguna medida, el dolor de las víctimas? Los aviones se estrellan por la imprevista falla de un controlador o la posible impericia de los pilotos; los soldados profesionales saben que pueden caer en combate; los trapecistas asumen riesgos calculados; pero, ¿"calentar la plaza" es acaso un nuevo capítulo del arte de la guerra que sirva para entender la muerte, digamos, de una quincena de jóvenes en una fiesta? De la misma manera, el asesinato de un camarógrafo, obedece a una estrategia planificada contra un periódico o, más bien, es una mera muerte absurda, inesperada, casi casual, de una persona que se encontraba simplemente en el lugar equivocado a la hora equivocada. Y, así fuera una advertencia ¿proviene de cierto grupo o de sus adversarios? ¿Es el resultado de una maniobra concertada o la consecuencia de una imprudente actuación individual? ¿Estuvo convenida por todos o fue desaprobada por algunos? No lo sabemos. Luego del granadazo de Morelia, una de las organizaciones criminales avisó que el terrorismo no era su negocio. Los otros, los autores del atentado, nunca hicieron acto de contrición.

¿Dónde se espera, además, que sea recibida la respuesta? ¿En la redacción del periódico? ¿Qué medio usarán los criminales? ¿El teléfono, la internet, las pintadas callejeras, las cabezas en una hielera, el telégrafo, los servicios de mensajería?

Todo esto es muy absurdo. Y muy doloroso. Y muy indignante. ¿Y el Estado, por cierto?